¿Quién no ha oído alguna vez esta frase? Yo recuerdo, desde que era pequeño las alusiones casi siempre despectivas a algún tipo de embarcación, mientras se acentuaba la desconfianza a que «Eso» fuera capaz de navegar o incluso de flotar. Frases parecidas pronunciadas por algún personaje en películas, relatos infantiles, novelas juveniles o algún que otro pescador experimentado en cualquier pueblecito marinero.
Era un chaval (No recuerdo la edad) pero movido por la curiosidad del significado de frases parecidas, un día tras comer nueces, se me ocurrió poner a flote en una palangana, medio cascarón. Me sorprendí observando que podía flotar boca arriba y además moverse cuando soplaba sobre él. Otro día se me ocurrió repetir la experiencia con otra cáscara de nuez, pero esta vez en el río Lozoya. Tras ver el desastre del experimento, con el cascarón girando sin cesar, mientras se alejaba dando bandazos o quedar apresada por pequeños remolinos, comprendí el significado peyorativo de aquellas frases.
Aquello quedó olvidado. Solamente de vez en cuando y viendo alguna pequeña barca, se me refrescaba esa frase.
Pues bien, en plena tercera edad y tras comer algunas nueces, retomé mi infancia, volviendo a repetir el experimento de la cáscara.
Esta vez coloqué un pequeño trocito de papel ensartado en un palillo y clavado en plastilina. Por supuesto, el experimento tampoco resultó del todo satisfactorio, pues al soplar eso volcaba. Por lo que decidí perfeccionar la construcción, incluso atreviéndome a poner algún hilo que simulara o humildemente recordara la arboladura de alguna “Nao”. Estaba claro que eso nunca podría mojarse, por lo que con otro cascarón simulé una peana, emulando humildemente y con atrevimiento, a las enormes y magníficas maquetas que pude ver en el museo naval de Madrid.
Al repetir la experiencia con otra nuez, decidí cambiar de siglo en otra pequeña muestra e hice algo que me recordó a las barcas de pesca de Bermeo, Malpica o la Albufera valenciana. Bueno así estuve dejando viajar mi imaginación, ya que sabía que nunca me embarcaría en un bote de verdad y jugué con cáscaras de bellotas, nueces, piñones, almendrucos, etc. que decoradas de alguna forma, pudieran recordar distintas épocas de la aventura humana por mantenerse a flote y más tarde navegar.
Estas muestras no quieren imitar, ni de lejos, la exactitud de detalles, proporciones, escalas, etc. de las verdaderas maquetas, ya que unas cáscaras tienen sus limitaciones. En alguna ocasión he unido dos o tres cascarones, para poder acercarme a la esbeltez de una galera. Solamente pretendí que al verlas pudieran sugerir las distintas épocas y utilidades para las que las verdaderas embarcaciones se construyeron en su día.
En lo referente a su datación, me guié consultando algunos viejos libros empolvados que yo tenía o alguna visita a museos y por supuesto, a la inevitable «Internet», pero no deja de ser aproximada, ya que algunas embarcaciones fueron tan versátiles que su utilización se prolongó durante siglos o milenios. Tal es el caso de los sampanes (Desde el siglo VI a.C. hasta la actualidad) o los coracles celtas (Desde el siglo I hasta la actualidad), para qué hablar de las pentecónteras, cuyos orígenes fenicios y macedonios, adoptaron ejércitos cartagineses, romanos, bizantinos, turcos, imperios del siglo XVI y perduraron hasta el siglo XVIII, con diferentes nombres y avances técnicos referidos a este tipo de «Galeras».
Pido perdón por anticipado a los verdaderos marinos o maquetistas, por mis imprecisiones o desconocimientos y espero cualquier sugerencia que me haga rectificar, precisar o incluir más datos a los que proporciono en estas humildes representaciones, siempre limitadas por tamaño, forma y herramientas precisas.
En este último siglo, han sido tantas las innovaciones y avances tecnológicos, tanto en el campo de la marina como en todo lo demás, que serían imágenes difícilmente asimilables por esos hombres amantes de La Mar en siglos anteriores. Naves mercantes, bélicas, deportivas, etc. Esto último para mí supuso un planteamiento no superable con simples cascarones.
Mi agradecimiento a estos frutos secos, por su sabor y recuerdos infantiles.
Arnaldo (2013)